¡QUE EL TREN DE LOS JAZMINES NO DESCARRILE! por Mohamed DOGGUI
La Revolución Tunecina del 14 de enero de 2011 fue la chispa que prendió instantáneamente entre los pueblos árabes incitándolos a sublevarse con el anhelo de sacudir el agobiante yugo de sus respectivas dictaduras. Y el resultado alcanzado ha sido realmente insospechable. Nadie, ni siquiera los expertos más duchos, abrigaba ni el menor asomo de sospecha de que en menos de un año cuatro déspotas fueran derrocados: Zine El Abidine Ben Ali, Hosni Mubarak, Muammar Gadafi y Abdallah Salah. Otro se tambalea y tal vez no tarde mucho tiempo en perder definitivamente su verticalidad: se trata de Bachar Al-Assad.
Sin embargo, cabe hacer hincapié en que una revolución no ha de ser un fin en sí misma, sino un medio que permita cambiar radicalmente una situación política, económica y social considerada peligrosamente maligna para la sociedad. Para ello, debe constar de dos fases complementarias: la primera consiste en arrancar de cuajo el tumor primario y la segunda, en implantar, en su lugar, un nuevo órgano sano capaz de salvar el tejido social ya afectado.
Aunque son tan imprescindibles la una como la otra, ambas fases presentan características diferentes: mientras que aquella, la extirpación, se caracteriza por un fervor necesariamente encendido, la realización de esta, la implantación, requiere sensatez, serenidad y paciencia. De lo contrario, todo el proceso se echaría a perder y de Guatemala se pasaría a Guatepeor. No hay que olvidar que una revolución supone inevitablemente grandes sacrificios en vidas humanas y que, por tanto, hay que evitar que la sangre de los mártires se derrame en balde como recuerda atinadamente uno de los lemas que no cesan de esgrimir los manifestantes árabes “دم الشهداء ما يمشيش هباء “.
En cuanto al proceso revolucionario denominado románticamente “Primavera árabe”, se advierte que, aparte de haber sido la chispa que desencadenó la operación extirpadora, Túnez asume ahora el difícil papel de locomotora para la segunda fase: la implantación de un régimen democrático y respetuoso de los derechos humanos. Y, pese a su pequeñez, este país goza de tres bazas importantes que seguramente le permitirán llegar a buen destino: posee una historia multicivilizacional trimilenaria, una ubicación geográfica privilegiada y una estructura institucional sólida.
Después de la del 14 de enero de 2011, el día de la extirpación del tumor, el 23 de octubre del mismo año, ha constituido la segunda fecha memorable: el inicio del proceso relativo a la implantación de la democracia en Túnez. Y cabe hacer hincapié en que el ganador definitivo en las elecciones no ha sido un partido en particular, sino, más bien, todo el pueblo tunecino quien, a través de su participación masiva en las mismas, ha demostrado a la comunidad internacional que optó por la vía democrática.
Sin embargo, hemos de reconocer que, aparte de ser largo, el camino es abrupto y está sembrado de minas colocadas por los enemigos de la Libertad y el Progreso, procedentes tanto del interior como del exterior del país. En efecto, los partidarios del antiguo régimen de Ben Ali, por un lado, y los demás regímenes árabes reaccionarios, por otro, convergen en su afán de hacer abortar el proceso democrático en nuestro país. Y los últimos incidentes ocurridos lamentablemente en varios establecimientos de enseñanza superior lo testifican.
La universidad es el espacio público por excelencia donde ha de ejercerce el diálogo intelectual, ideológico y cultural de un modo absolutamente pacífico y democrático. Por tanto, los que ahora, en pleno proceso de implantación de la democracia, la utilizan para predicar la intolerancia y la violencia están haciendo perdurar, bajo otros colores, la misma tiranía del régimen de Ben Ali. Por ello, tanto la sociedad civil como los partidos políticos han de emplear todos los medios pacíficos a su alcance para convencerlos de que el pueblo tunecino no ha hecho la Revolución para sustituir una dictadura por otra, sino, más bien, con objeto de erradicar de raíz toda forma de despotismo sea cual fuere su índole o procedencia.
No olvidemos que hay un prejuicio generalizado, que ha sido muy explotado por Israel, según el cual la dictadura es una fatalidad para los árabes. Nos incumbe a nosotros, los tunecinos, la tarea de refutarlo. Asumamos, pues, este compromiso debidamente y sin titubeos. Hagamos que nuestra locomotora llegue a buen destino, salva, con todos los vagones que arrastra. Procuremos que el jazmín de Túnez haga primavera en los países hermanos y vecinos.