QUIEN NOS ENGAÑA NO ES DE LOS NUESTROS por MOHAMED DOGGUI
Como se averigua a través del título, he resuelto abundar en el tema de los engaños sobre el que ha versado el artículo “El emperador desnudo” de mi amigo Fernando Andú, y ello dado el sumo interés que suscita entre los tunecinos en este período postrevolucionario.
Antiguamente, mientras que unos alcanzaban la nobleza por armas o por letras, otros, que no eran diestros ni en pluma ni en espada, pagaban cuantiosas sumas de dinero por adquirirla. Sin embargo, como bien lo indica la frase proverbial tunecina, estos podrían engañar a los de fuera pero nunca a los de dentro: قالو يا بابا وقتاش نوليو شرفا قالو وقت إلي يموتو كبار الحومة (– Papá, ¿cuándo vamos a ser nobles? – Hijo, no antes de que se mueran los veteranos del barrio.)
Sin embargo, en nuestro país, los que van a descubrir y denunciar a los impostores no van a ser los “veteranos”, sino, más bien, nuestros jóvenes, los principales protagonistas de la Revolución Tunecina, igual que el niño del cuento “El traje nuevo del emperador” que ha delatado al rey ilegítimo, mencionado por Fernando Andú.
Aunque, en la actualidad, Túnez está pasando por una etapa transitoria bastante abrupta, en la que algunos procuran sembrar confusión deslumbrando a la gente con el oro (no de ley) que habían adquirido por métodos poco nobles, confío en la agudeza de vista de nuestros jóvenes para discernir entre الحابل (el tramposo) y el النابل (el noble).
A dichos jóvenes les advierto que no es el traje de luces lo que hace al torero, sino su destreza en el ruedo y la nobleza de su comportamiento para con el toro. En efecto, sea cual fuere la postura que cada uno adopte respecto a la lidia, de defensa o de censura, nadie pone en entredicho que el genuino torero, aunque su vida corra peligro, nunca ha de propinale al toro la estocada por el lomo, sino, siempre, cara a cara, mirándolo en los ojos. Así, nunca se es noble con traición, trampa y cobardía.
Con oro, pues, se puede mudar de apellidos, adquirir títulos nobiliarios y llevar atuendos de aristócrata, pero nunca comprar la honradez ni la verdadera nobleza, la del espíritu. Recurriendo a los versos famosos de Luis de Góngora, diría que por competir con la virtud, el “oro bruñido al sol relumbra en vano”. Y tanto el alma como el linaje no los limpia el dinero, sino que los honran, o los deshonran, las obras de cada cual: “obras hacen linaje; no nombres ni trajes.”
Así, pues, espero que nuestros jóvenes no me desengañen dejándose engañar por esos despreciables engañadores.
من غشنا فليس منا
Como se averigua a través del título, he resuelto abundar en el tema de los engaños sobre el que ha versado el artículo “El emperador desnudo” de mi amigo Fernando Andú, y ello dado el sumo interés que suscita entre los tunecinos en este período postrevolucionario.
Antiguamente, mientras que unos alcanzaban la nobleza por armas o por letras, otros, que no eran diestros ni en pluma ni en espada, pagaban cuantiosas sumas de dinero por adquirirla. Sin embargo, como bien lo indica la frase proverbial tunecina, estos podrían engañar a los de fuera pero nunca a los de dentro: قالو يا بابا وقتاش نوليو شرفا قالو وقت إلي يموتو كبار الحومة (– Papá, ¿cuándo vamos a ser nobles? – Hijo, no antes de que se mueran los veteranos del barrio.)
Sin embargo, en nuestro país, los que van a descubrir y denunciar a los impostores no van a ser los “veteranos”, sino, más bien, nuestros jóvenes, los principales protagonistas de la Revolución Tunecina, igual que el niño del cuento “El traje nuevo del emperador” que ha delatado al rey ilegítimo, mencionado por Fernando Andú.
Aunque, en la actualidad, Túnez está pasando por una etapa transitoria bastante abrupta, en la que algunos procuran sembrar confusión deslumbrando a la gente con el oro (no de ley) que habían adquirido por métodos poco nobles, confío en la agudeza de vista de nuestros jóvenes para discernir entre الحابل (el tramposo) y el النابل (el noble).
A dichos jóvenes les advierto que no es el traje de luces lo que hace al torero, sino su destreza en el ruedo y la nobleza de su comportamiento para con el toro. En efecto, sea cual fuere la postura que cada uno adopte respecto a la lidia, de defensa o de censura, nadie pone en entredicho que el genuino torero, aunque su vida corra peligro, nunca ha de propinale al toro la estocada por el lomo, sino, siempre, cara a cara, mirándolo en los ojos. Así, nunca se es noble con traición, trampa y cobardía.
Con oro, pues, se puede mudar de apellidos, adquirir títulos nobiliarios y llevar atuendos de aristócrata, pero nunca comprar la honradez ni la verdadera nobleza, la del espíritu. Recurriendo a los versos famosos de Luis de Góngora, diría que por competir con la virtud, el “oro bruñido al sol relumbra en vano”. Y tanto el alma como el linaje no los limpia el dinero, sino que los honran, o los deshonran, las obras de cada cual: “obras hacen linaje; no nombres ni trajes.”
Así, pues, espero que nuestros jóvenes no me desengañen dejándose engañar por esos despreciables engañadores.
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