miércoles, 21 de diciembre de 2011

Al que no tiene vergüenza, no hay quien le venza.


AL QUE NO TIENE VERGÜENZA, NO HAY QUIEN LE VENZA
por Mohamed DOGGUI 
إن لم تستحي فافعل ماشئت
                       
La falta de reconocimiento y hasta de respeto hacia los profesores de español, tanto tunecinos como hispanohablantes, que trabajan afanosamente por mejorar la situación del hispanismo tunecino es, a mi entender, un acto de absoluta desvergüenza. Y esta actitud resulta aún más descomedida cuando procede de gente que, en el pasado, ha beneficiado largamente de la dedicación desinteresada de dichos profesores. Abyectos son los que ياكلو في الغلة ويسبو في الملة ; es decir, aquellos que escupen en el plato en el que acaban de comer. Ruines son los que muerden a los maestros después de beber de ellos. Y ante dicha ruindad a estos maestros no les queda más remedio que el de aplicar la recomendación sensata de إتقي شر من أحسنت إليه  (¡Guárdate de aquel a quien has socorrido!)
Cabe recordarles a estos ingratos que «durante muchos años, los departamentos de Filología Hispánica, pertenecientes a la Facultad de Letras, Artes y Humanidades de la Universidad de la Manouba y al Instituto Superior de Lenguas de la Universidad de Cartago, se han dedicado plenamente a la formación de profesores de español de enseñanza media para ir satisfaciendo las necesidades de todas las regiones del país. Y, en la actualidad, el resultado es realmente halagador: la lengua de Cervantes y de Gabriel García Márquez es enseñada por unos cuatrocientos profesores, entusiastas y concienzudos, en prácticamente la totalidad de las veinticuatro gobernaciones de que consta Túnez.»
Cabe recordarles asimismo que desde José Mateo Sastre, el creador de la primera cátedra de español en Túnez, los hispanistas tunecinos no hemos cesado de contar con la colaboración de nuestros amigos españoles e hispanoamericanos residentes en nuestro país. «Gracias a su generosidad intelectual y el estrecho lazo afectivo que los une a Túnez, los lectores y los profesores contratados se prestan a servir de referencia lingüística y cultural no solo a nuestros estudiantes, sino también a nosotros, los profesores e investigadores tunecinos.»
Si bien es cierto que la enseñanza del español en Túnez es pedagógicamente perfectible —¿acaso hay alguna actividad humana que no lo sea? —, nadie puede negar que su situación ha venido mejorando notable y constantemente. Sin embargo, la principal dolencia que la aqueja y que no tiene visos de ser remediada es, a mi entender, la mentalidad mercantilista, por un lado, y oportunista, por otro, de aquellos que, durante el antiguo régimen, hacían de confidentes a las autoridades policiales y al expartido Reagrupación Constitucional Democrática (RCD) tachando de “traidores a la patria” a los profesores tunecinos que creen realmente en el diálogo cultural hispano-tunecino.
Sin embargo, como “no engendra conciencia quien no tiene vergüenza”, estos mismos delatores se presentan ahora, en el Túnez revolucionario, como los defensores de la “soberanía nacional”  presumiendo de ser los más íntegros de los hispanistas universitarios en nuestro país. Es realmente el colmo del descaro. En fin, ¿qué les vamos a hacer?, ¿qué les vamos a decir sino إن لم تستحي فافعل ماشئت , al que no tiene vergüenza, no hay quien le venza?



domingo, 4 de diciembre de 2011

Que el tren de los jazmines no descarrile



 ¡QUE EL TREN DE LOS JAZMINES NO DESCARRILE! por Mohamed DOGGUI

La Revolución Tunecina del 14 de enero de 2011 fue la chispa que prendió instantáneamente entre los pueblos árabes incitándolos a sublevarse con el anhelo de sacudir el agobiante yugo de sus respectivas dictaduras. Y el resultado alcanzado ha sido realmente insospechable. Nadie, ni siquiera los expertos más duchos, abrigaba ni el menor asomo de sospecha de que en menos de un año cuatro déspotas fueran derrocados: Zine El Abidine Ben Ali, Hosni Mubarak, Muammar Gadafi y Abdallah Salah. Otro se tambalea y tal vez no tarde mucho tiempo en perder definitivamente su verticalidad: se trata de Bachar Al-Assad.
Sin embargo, cabe hacer hincapié en que una revolución no ha de ser un fin en sí misma, sino un medio que permita cambiar radicalmente una situación política, económica y social considerada peligrosamente maligna para la sociedad. Para ello, debe constar de dos fases complementarias: la primera consiste en arrancar de cuajo el tumor primario y la segunda, en implantar, en su lugar, un nuevo órgano sano capaz de salvar el tejido social ya afectado.
Aunque son tan imprescindibles la una como la otra, ambas fases presentan características diferentes: mientras que aquella, la extirpación, se caracteriza por un fervor necesariamente encendido, la realización de esta, la implantación, requiere sensatez, serenidad y paciencia. De lo contrario, todo el proceso se echaría a perder y de Guatemala se pasaría a Guatepeor. No hay que olvidar que una revolución supone inevitablemente grandes sacrificios en vidas humanas y que, por tanto, hay que evitar que la sangre de los mártires se derrame en balde como recuerda atinadamente uno de los lemas que no cesan de esgrimir los manifestantes árabes “دم الشهداء ما يمشيش هباء “.
En cuanto al proceso revolucionario denominado románticamente “Primavera árabe”, se advierte que, aparte de haber sido la chispa que desencadenó la operación extirpadora, Túnez asume ahora el difícil papel de locomotora para la segunda fase: la implantación de un régimen democrático y respetuoso de los derechos humanos. Y, pese a su pequeñez, este país goza de tres bazas importantes que seguramente le permitirán llegar a buen destino: posee una historia multicivilizacional trimilenaria, una ubicación geográfica privilegiada y una estructura institucional sólida.
Después de la del 14 de enero de 2011, el día de la extirpación del tumor, el 23 de octubre del mismo año, ha constituido la segunda fecha memorable: el inicio del proceso relativo a la implantación de la democracia en Túnez. Y cabe hacer hincapié en que el ganador definitivo en las elecciones no ha sido un partido en particular, sino, más bien, todo el pueblo tunecino quien, a través de su participación masiva en las mismas, ha demostrado a la comunidad internacional que optó por la vía democrática.
Sin embargo, hemos de reconocer que, aparte de ser largo, el camino es abrupto y está sembrado de minas colocadas por los enemigos de la Libertad y el Progreso, procedentes tanto del interior como del exterior del país. En efecto, los partidarios del antiguo régimen de Ben Ali, por un lado, y los demás regímenes árabes reaccionarios, por otro, convergen en su afán de hacer abortar el proceso democrático en nuestro país. Y los últimos incidentes ocurridos lamentablemente en varios establecimientos de enseñanza superior lo testifican.
La universidad es el espacio público por excelencia donde ha de ejercerce el diálogo intelectual, ideológico y cultural de un modo absolutamente pacífico y democrático. Por tanto, los que ahora, en pleno proceso de implantación de la democracia, la utilizan para predicar la intolerancia y la violencia están haciendo perdurar, bajo otros colores, la misma tiranía del régimen de Ben Ali. Por ello, tanto la sociedad civil como los partidos políticos han de emplear todos los medios pacíficos a su alcance para convencerlos de que el pueblo tunecino no ha hecho la Revolución para sustituir una dictadura por otra, sino, más bien, con objeto de erradicar de raíz toda forma de despotismo sea cual fuere su índole o procedencia. 
No olvidemos que hay un prejuicio generalizado, que ha sido muy explotado por Israel, según el cual la dictadura es una fatalidad para los árabes. Nos incumbe a nosotros, los tunecinos, la tarea de refutarlo. Asumamos, pues, este compromiso debidamente y sin titubeos. Hagamos que nuestra locomotora llegue a buen destino, salva, con todos los vagones que arrastra. Procuremos que el jazmín de Túnez haga primavera en los países hermanos y vecinos.