Buenas noches,
Inauguramos nuestro blog con una interesante reflexión sobre el miedo escrita por nuestro coordinador general, Fernando Andú. Espero que os guste y que dejéis vuestros comentarios.
No hace mucho leía en la prensa local un artículo que hablaba sobre el miedo. En opinión de su autor, un tal Bechir Goutali, a día de hoy el miedo recorre de parte a parte a la sociedad tunecina. A pesar de la conocida consigna: لا خوف بعد اليوم (“Sin miedo desde hoy”), la gente sigue temiendo al gobierno y el gobierno, al pueblo; al ciudadano le asusta la policía, que vive atemorizada por el ciudadano; y, con tanto miedo alrededor, ya en nuestro ámbito, los estudiantes tienen miedo de los profesores, los profesores, de los estudiantes, y unos y otros, de la administración, que, a su vez, teme irremediablemente el sempiterno dégage, terrible palabra que, apenas pronunciada, ya corre de boca en boca.
Inauguramos nuestro blog con una interesante reflexión sobre el miedo escrita por nuestro coordinador general, Fernando Andú. Espero que os guste y que dejéis vuestros comentarios.
MIEDO por Fernando Andú
Este miedo que nos atenaza no es el como el miedo de antaño. Este miedo es como la modernidad; circular, procede de todas las direcciones. El miedo antiguo procedía de una única dirección: la que marcaba el régimen que lo inoculó, de arriba abajo. Antiguo o moderno, el miedo –y su mejor aliado: el silencio- es universal en el espacio y en el tiempo pero, lejos de ser un concepto abstracto, siempre tiene nombre y apellido. Y su nombre y apellido corresponden a quien, valiéndose de su fortuna y posición, coacciona, chantajea y soborna a los que, por necesidad, oportunismo o falta de carácter y de dignidad, viven bajo los efectos del miedo.
Hablo del miedo, y leo la Epístola satírica y censoria contra las costumbres de los castellanos de Francisco de Quevedo (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645). Pienso para mis adentros: ¿qué ha de enseñar un profesor de Literatura Española cuando enseña aquellos versos que dicen: “No he de callar por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo. / ¿No ha de haber un espíritu valiente? / ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente? (…)?
Para explicarlos bien, ¿el profesor ha de situarlos en su contexto y referirse a la persona a la que están dirigidos en último extremo, el todopoderoso valido del rey Felipe IV, don Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, que, gracias a su riqueza y poder, hizo y deshizo a su antojo hasta que llegó su hora y, grande de España, él también cayó en desgracia?
¿O el profesor, de un modo perfectamente académico, casi funcionarial, debe limitarse a señalar una vez más el acendrado conceptismo del autor que se aprecia a la perfección en el ingenioso retruécano de los dos últimos versos: “¿Siempre se ha de sentir, etc.”?
Desde luego, un profesor de Literatura Española ha de situar en su contexto y tratar de mostrar a sus estudiantes los valores literarios del texto. Este es su trabajo y a él se debe, lo cual no es poco en los tiempos que corren. Ahora bien, tengo para mí que todo profesor, por el mero hecho de serlo, también ha de ocuparse de enseñar otros valores, y por eso pienso que un profesor de Literatura Española con miedo nunca podrá enseñar lo más valioso de estos versos de Quevedo. Y ello porque creo firmemente que si han perdurado en la memoria y en el corazón de tantas generaciones a lo largo de los siglos, si se mantienen vigentes en este Túnez de nuestros días, no es únicamente por la maestría técnica de su autor, sino también y sobre todo por razones éticas, por su valentía y por su coraje, por su empeño en mantener que, contra el silencio universal del miedo (que dijera otro poeta), la libertad de expresión y la defensa de la dignidad son algo más, mucho más que literatura.